III. LA REVOLUCIÓN POR LA IGUALDAD

Sentados en el suelo con las piernas cruzadas, Gaith, Hassan y Hannan pelan y cortan patatas. Bromean entre ellos y con Umm Ali (Madre de Ali, la forma tradicional de presentarse las mujeres árabes), una sexagenaria que amasa sin tregua panes. En un rato repartirán lo cocinado entre los manifestantes. 

Gaith tiene 18 años y, como sus compañeros ‘pinches’, cuando no está en clase en la universidad, está en Tahrir apoyando en labores logísticas y de mantenimiento: cocinar, limpiar, preparar pancartas… Siente que participar en esta revuelta le ha hecho más “abierto, más tolerante, más sabio: ahora acepto las opiniones de los demás y quiero comprenderlas. Soy una persona diferente”.  Su amiga Hannan le mira atentamente y asiente. 

La revuelta de Tahrir ha roto con el segregacionismo por sexos que el creciente conservadurismo religioso ha impuesto en las últimas décadas. Es uno de los logros que más enorgullece a los protestantes, especialmente a ellas.

LA PERIODISTA MASS (P.S.)

“Tahrir se ha convertido en el único sitio donde nos sentimos seguras, donde nos relacionamos como hermanos y hermanas, en igualdad”, explica Mannin, estudiante de ingeniería mecánica, con sus ojos verdes sobresaliendo de su rostro cubierto con el tradicional pañuelo blanco y negro de la comunidad chií. 

Batod H. Ali tiene 20 años, una larga melena al viento, estudia traducción e interpretación y es voluntaria de la ONG Mujeres de Bagdad. Recuerda que un día de octubre, una joven temía bailar con el resto de los manifestantes en la plaza. Cuando ella y otras amigas la animaron, unos chicos crearon un cordón a su alrededor para que se sintiera segura. Ellas bailaban desenfrenadamente en el centro mientras ellos, de la mano, las protegían de posibles recriminaciones por una actitud que hasta entonces no era admitida socialmente. No hubo improperios. “Recuerdo que me preguntaba, ¿estoy realmente en Iraq?”, cuenta entre risas Batod.

LA ENFERMERA RANIA HASSAN (P.S.)

“En este país no hay una calle por la que puedas andar sin ser acosada verbalmente. Salvo en Tahrir ahora. Paradójicamente”, y vuelve a  estallar en carcajados. Hasta que comenzó la revuelta, esta plaza y sus calles aledañas eran territorio hostil para las mujeres por ser una zona de prostíbulos y bares que dispensan alcohol. De hecho, siendo un vecindario comercial, todos los negocios están dirigidos supuestamente a un público masculino: ropa, cachibaches tecnológicos de producción china, alguna tienda de material militar. Las mujeres que no tenían otro remedio que transitarla, sufrían habitualmente vejaciones, insultos, zafios ofrecimientos sexuales y, en ocasiones, agresiones físicas. Ahora, es donde las jóvenes se sienten más seguras: han pasado noches a la intemperie –normalmente ocultando a sus familias dónde estaban–, esperan solas a compañeros de lucha e, incluso, algunas veces, se abrazan en público con ellos. 

“Además de los logros políticos, están los logros civiles: la reivindicación de la igualdad vuelve a estar en la agenda política y eso es grandioso”, explica Batod. “Esta revolución ha asumido como uno de sus pilares la lucha contra el acoso y la ha ganado en muy poco tiempo”, añade.

LA VETERINARIA LILIAN ZEYAD (P.S.)

“Tahrir recuerda a los últimos buenos tiempos que ha vivido este país: la década de los 70 y los 80, cuando las mujeres tenían derechos y las relaciones entre hombres y mujeres eran normales. Después de tantas guerras, todo eso se rompió”, sostiene Gaith, 26 años y estudiante de Contabilidad. Su amiga Faith, pseudónimo que emplea en las redes sociales, licenciada en Astronomía Espacial Física de 30 años que jamás ha encontrado un empleo –“el 85% de las personas de mi edad que conozco no tienen trabajo”– añade que en Tahrir ha encontrado una camaradería y fraternidad con los chicos que desconocía hasta ahora. Faith ha sido una de las decenas de jóvenes que han llenado las paredes de las calles de Tahrir con graffitis sobre la revolución. Sus ilustraciones representan a mujeres vestidas con trajes tradicionales cocinando para los protestantes. 

Sin embargo, la burbuja de Tahrir y de las protestas que se desarrollan en una decena de ciudades iraquíes, no alcanza a sus círculos familiares y sociales. Las jóvenes entrevistadas admiten que tienen que engañar a sus padres y madres para acudir a las protestas, que si supiesen cómo se relacionan con sus colegas masculinos serían recriminadas y les prohibirían seguir acudiendo a la plaza, y aquellas que han establecido relaciones sentimentales tienen que mantenerlas ocultas. Un reportaje de The Washington Post mostraba cómo jóvenes de ciudades sureñas, más conservadoras, tienen que ocultar a sus familias el duelo que están viviendo por el asesinato en las protestas de sus novios, cuya existencia mantenían oculta. Las relaciones de pareja en las familias más tradicionales se rigen por el binomio del honor y la vergüenza, y pervive la creencia de que si se mantienen fuera del matrimonio acarrean desgracias para todo su entorno. 

“Si la Revolución fracasa, intentaré irme de Iraq. Mis padres no quieren, pero yo no puedo desarrollarme en este país, con este machismo y sectarismo que no me permiten ser yo misma”, lamenta Faith, mientras nos enseña algunos de los restos de graffitis que han sido borrados por paramilitares de las milicias que están asfixiando la protesta.